Tarek El Aissami buscaba un calificativo que pudiera dar la idea más acabada del hecho monstruoso que venía a anunciarle con toda solemnidad a la nación. Apenas le salieron dos: megafraude y megarobo. Se quedó corto porque lo pudo haber etiquetado como una «estafa galáctica» e igual se quedaba corto.
En cambio, al referirse al autor intelectual y gran aprovechador del delito, el ex Ministro de Petróleo y Minería, Rafael Ramírez, los epítetos le fluyeron como manantial de aguas servidas: ladrón, bandido, traidor, monstruo de mente perversa, gángster…
El hombre hizo todo los esfuerzos histriónicos para mostrar indignación. En efecto, venía a denunciar, «una de las tramas de corrupción más graves que hayamos conocido en la industria petrolera», con lo que dejó muy claro que, lejos de ser la única, ha habido otras –¡quién sabe cuántas!– del mismo tenor. Bueno, eso ya es caliche…
En pocas palabras, el tan ponderado Rafael Ramírez, aquel que fue uña y sucio, sucio y uña con el comandante Chávez; ese que juró hacernos entender a carajazos que Pdvsa era «roja rojita»; el mismo cooperador necesario e imprescindible para que Hugo manejara a la industria petrolera como «caja chica» personal, logró birlar a Pdvsa la minucia de 4.850 millones de dólares.
Lo hizo así: «contrató» con una empresa de unos panas bolichicos una línea de crédito de Bs. 17. 490 millones que nunca entraron a las arcas de Pdvsa, y que ésta pagó a lo largo de un año en 28 cómodas cuotas depositadas en cuentas de Panamá y Saint Vincent. Lo demás fue «repartirse la cochina».
Una de las cosas que estremeció a El Aissami en la rueda de prensa fue recordar que Ramírez, también conocido con el alias de El Largo (y de dedos vaya si lo es) cometió tamaña bellaquería cuando Chávez (unos dicen que en Cuba y otros que el Hospital Militar), se disponía a entregar su alma al Señor, no se sabe si de los cielos o al de otros espacios inmensamente más calurosos. Todo es incierto en la revolución bolivariana.
Tal circunstancia fue calificada por el declarante como «una puñalada al alma de la revolución bolivariana”. Debió ser, en todo caso, con un puñal empapado de anestesia porque, vea usted, ha venido a doler diez años más tarde. Es así, los hechos narrados como fresquitos por El Aissami ocurrieron hace más de una década, mientras entretenían a la población con el cuento de la «Venezuela potencia».
Un momento estelar de la rueda de prensa sobrevino cuando al señalar que en el mismo mes en que se firmó el contrato de marras –y sin haber recibido un centavo– Pdvsa entregó a sus timadores $ 230 millones, El Aissami, como si le quedara un rezago de incredulidad, casi suelta la risa. Sólo le faltó agregar: ¿Qué bolas, no?
Pasaron pocas horas para que Ramírez contraatacara en un canal colombiano. Acusó a Erik Malpica Flores, sobrino de Cilita, de haber vaciado la arcas de Pdvsa, utilizando el doble sombrero de vicepresidente de finanzas de la petrolera y Tesorero Nacional, e involucró en operaciones de lavado a un famoso dueño de una planta televisiva. Otra vuelta para ese ventilador.
En cualquier país un robo tan descarado y por esa ingente suma hubiera cimbrado las bases del gobierno. Aquí es como si se oyera llover. De cuando en cuando estallan estas tramas grotescas de corrupción y abuso de poder en las que los involucrados se lanzan réplicas y contra réplicas hundidos en una ciénaga con el lodo a las pestañas. Son los actores que hemos visto desfilar por los más altos cargos de la administración pública, miembros exclusivos de la cúpula, salidos de las propias entrañas de la revolución que convirtió una petrolera estatal modelo en un montón de chatarra.
Una cosa es cierta: no es posible entrarle a palos a Rafael Ramírez sin que le salgan chichones a Chávez, el mismo que manejó la mayor riqueza petrolera que ha recibido la nación venezolana y la dejó hundida en la más abyecta miseria. ¿Qué broma, no?
Notiveraz