El balance del militarismo venezolano debe mirar con atención el rol que juega tras la desmembración de Colombia. Esa obra no merece los feroces ataques que ha recibido.
El balance del militarismo venezolano debe mirar con especial atención el rol que juega cuando sucede la desmembración de Colombia. La secesión es obra suya, debido a que tiene la sartén por el mango cuando todavía el ambiente bélico no se ha disipado, y esa obra no merece los feroces ataques que, como se señaló en el artículo anterior, ha recibido sin solución de continuidad.
El texto que ahora se ofrece tratará de plantear los aspectos constructivos de esa etapa habitualmente observada con desdén.
Después del triunfo de Carabobo renace la actividad intelectual, auspiciada por las oportunidades que ofrecen los lapsos de calma, por el retorno de una generación de autores que había escapado cuando Bolívar decreta la Guerra a muerte y por la necesidad de hacer diagnósticos de actualidad sobre la crisis de la economía generada por las anteriores matanzas.
Tal actividad, después de hacer análisis de las penurias que sufrían los propietarios, los comerciantes y la población en general, termina por animar un plan de divorcio que cuenta con multitud de apoyos. Conviene valorar este resurgimiento de ideas, este renacimiento de polémicas y de crecimiento de la actividad editorial, debido a que permite hablar de una potenciación del civilismo cuya influencia, debido a los nuevos planteamientos que ofrece para acabar con la unión colombiana, no había sido tan contundente hasta la fecha. Pero, como antes, las plumas necesitan el apoyo de las bayonetas.
Como antes, desde luego, mas ahora la situación toma un rumbo distinto, gracias al cual se puede observar un protagonismo inédito de los hombres de armas que concluye en la fundación de una república moderna que apenas parecía una ensoñación, una fantasía.
Los intelectuales de entonces proponen, grosso modo, un designio de modernización que implica el respeto absoluto de la división de los poderes públicos, la eliminación de los fueros que permanecían pese a la reciente guerra, el predominio del laicismo en la interpretación de la realidad, la modernización de los estudios, la introducción de profesiones que apenas existían en el papel de los periódicos y, en especial, el libre juego de la economía sin interferencia gubernamental.
Son las propuestas que hacen a los militares más importantes de la época, con Páez a la cabeza y con oficiales tan influyentes como Mariño, Soublette, Bermúdez, Monagas y Carreño, y que ellos aceptan después de pesarlas en su ineludible balanza. ¿Cuál es la trascendencia de este asunto, sobre el cual faltan estudios apacibles?
A partir de 1830 y hasta cuando transcurren casi tres décadas, Venezuela se convierte en un paradigma de república, tal vez el más auspicioso y decoroso en la Hispanoamérica de entonces. Se supera la mandonería del lapso anterior, el parlamentarismo y la imprenta experimentan un lapso de esplendor, el pensamiento llega a cúspides dignas de atención, la economía supera el anterior decaimiento, se cancela la deuda pública, hay avances en materia de seguridad ciudadana y no hay testimonios de casos de corrupción administrativa.
Algo sin precedentes, pese a que las contingencias del desarrollo material comienzan a dividir las opiniones y a crear disensiones peligrosas. Un proceso sin violencias realmente serias, ni escándalos que involucren a los detentadores del poder.
Si se considera que, después de un lapso administrativo, accede al poder un presidente civil, José María Vargas, sin que las bayonetas llamen a la guerra, el balance del proceso no puede ser más entusiasta para quienes se han tomado en serio la necesidad de la implantación del republicanismo.
Hay problemas sobre los cuales se verá lo fundamental en el artículo de la semana próxima, pero ahora conviene recalcar un hecho primordial: los militares hacen ahora un pacto con los civiles y, en general, se ajustan a sus condiciones. Los civiles, especialmente los propietarios, los llaman a la fábrica de una sociedad moderna y hospitalaria, y ellos, o los principales entre ellos, atienden el llamado.
El acuerdo funciona, por consiguiente, hasta el punto de establecer un entendimiento de los asuntos públicos y el apego a unas regulaciones civilizadas que se convierten en desafíos del porvenir. ¿Acaso no se convierten en acicate para que se sigan sus pasos después, cuando la antirrepública se impone con descaro?
Se puede pensar que los civiles hacen entonces un pacto con el diablo, un acuerdo destinado al fracaso, o solo susceptible de remiendos después de laboriosas tareas, pero sucedió para dejar huella y ejemplo, para probar que puede existir y funcionar.
De allí la necesidad de llamar la atención sobre su importancia histórica, sin negar que pronto muchos de sus suscriptores lo van a negar a rajatabla.
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