El gobierno argentino, en medio de su arremetida contra la Corte Suprema de Justicia, con el presidente impulsando un insólito juicio político contra el máximo tribunal, y gobernadores que advierten que no acatarán al Poder Judicial, habla de republicanismo, instituciones y democracia.
El canciller de Alberto Fernández, Santiago Cafiero, a provechó los desmanes en Brasilia para exponer la hipocresía del kirchnerismo y hablar de la supuesta derecha golpista, que en Argentina relacionó con Mauricio Macr
En Chile, Gabriel Boric hace exactamente lo mismo. Mientras indulta a los violentos e inadaptados “buenos”, que salieron a romper todo allá por 2019, ahora cuestiona a “los bolsonaristas” que atacaron “a la democracia” de Brasil. En el mismo sentido se manifestó impunemente el dictador venezolano, Nicolás Maduro, que tuvo el tupé de rechazar “de manera categórica” la violencia de los “grupos neofascistas” que han asaltado las “instituciones democráticas” del Brasil.
El doble discurso en la política de la región genera un comprensible sentimiento de muchas personas y dirigentes políticos. La cuestión de cómo poder criticar un hecho concreto con el que uno no está de acuerdo, sin “darle de comer” a los que se llenan la boca hablando de valores que ellos en el fondo desprecian. Es que, lamentablemente, participar del juego democrático y republicano con esta izquierda populista hipócrita es participar de una partida de naipes con un tramposo. Sin embargo, lejos de hacerles el juego y terminar cuestionando al sistema (como ellos quieren), la labor republicana y democrática requiere otra estrategia más inteligente.
Aunque cuando se cumplen los ciclos políticos, y todo parece indicar que el rival está acabado, tarde o temprano el péndulo hace lo suyo. Más allá de los dos tercios de las clásicas polarizaciones, la porción de independientes, que vota por izquierda o derecha según las circunstancias, fuerza y forzará siempre la alternancia. Es por esto que, cuando el populismo cae derrotado en las urnas, las gestiones de orientación conservadora tienen que tomar nota y aprender de la experiencia. El alquiler de la casa de gobierno es temporal y hay que aprovechar el tiempo para reformas de fondo y de preferencia irreversibles, pensadas idealmente para el escenario cuando la administración se retire y deba entregar el poder.
Una de las “trampas” del populismo de izquierda, que tanto vemos a diario en nuestra región, es la utilización de las estructuras del Estado como trincheras políticas propias. También lo es la ventaja electoral que se obtiene en las zonas de mayor asistencialismo gubernamental, como vemos ocurrir permanentemente en todas las elecciones en Brasil y Argentina. En este sentido, cuando los espacios que hoy están en la oposición, siendo acusados de “derechas golpistas” lleguen al poder, la preocupación sobre lo que debe hacerse con estos asuntos es una agenda fundamental desde el día uno.
La experiencia argentina muestra una larga lista de errores que no deben cometerse con respecto a medidas de sencilla “reversibilidad” en el juego de la democracia. La convertibilidad “1 a 1” con el dólar fue aniquilada con una ley del Congreso, por ejemplo. Cabe recordar también que la prebendaria y quasimonopólica Aerolíneas Argentinas se privatizó y re-estatizó, en un contexto donde nunca se decidió avanzar en un esquema de competencia y cielos abiertos. Si los errores del menemismo resultan importantes, ni hablar del fracaso del macrismo, que se dedicó a “administrar” una estructura burocrática imposible que heredó del kirchnerismo, que justamente volvió a impulsar cuatro años después.
Probablemente, uno de los pocos ejemplos en la dirección correcta fue la dolarización ecuatoriana. Luego de la retirada de una administración razonable, ni siquiera el populismo exacerbado de Rafael Correa pudo retornar a la moneda nacional. Esto sin dudas fue el factor fundamental por lo que Ecuador no sucumbió, como sí lo hizo Venezuela.
Hoy, el nuevo gobierno del Brasil convulsionado, que goza de las mieles del apoyo del populismo regional, avanza a toda marcha contra muchas reformas que Jair Bolsonaro dejó a medio hacer. Claro que es en cierta manera injusto cuestionar a alguien que hizo mucho, como quitarles los recursos coercitivos a los sindicatos, de no haberlo hecho todo.
Lo que es sencillamente imposible. El anterior gobierno de Brasil fue una de las raras excepciones de la democracia moderna de un avance en la dirección correcta. Habiendo hecho esta salvedad, es necesario tomar nota y pensar hacia el futuro.
Esta tercera gestión de Lula está condenada al fracaso, por el rumbo económico que su gobierno ya ha decidido. Lejos de darle la oportunidad de desviarse de la gestión, como sucedió con los hechos de ayer, la oposición y sus partidarios deben focalizarse en lo institucional. Afortunadamente, el PT no cuenta con espaldas suficientes como para quebrar el sistema, como tampoco pudo hacerlo el kirchnerismo en la democracia argentina.
En los próximos turnos, tanto en Buenos Aires como en Brasilia asumirán los que hoy están en la oposición. Pero cuando eso pase, es fundamental que las próximas gestiones sepan que ellos también pasarán. Por lo tanto, las reformas estructurales deben ser lo más rápidas y contundentes posible.
De esta manera, cuando el rival tramposo vuelva a hacerse del poder, tendrá menos margen de maniobra para el establecimiento de su estructura clientelar y populista.
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