En las fauces de la informática surgen nombres de hackers que durante años rellenaron titulares de periódicos. Algunos de ellos fueron parte de una larga lista de criminales de la piratería informática.
Otros decidieron dedicar sus esfuerzos a la ciberseguridad; en muchos casos, una elección tomada a posteriori de haber pasado por el bando que permanecía al margen de la ley.
Hasta la fecha, se ha diferenciado a los buenos de los malos como «white hat» y «black hat», pero desde el pasado año está aceptado tratar a todos de hackers (sean de un bando o de otro).
Porque para bien o para mal, todos son partícipes del desarrollo de la ciberseguridad. Los malos porque tratan de entrar a un sistema y los buenos porque intentan evitarlo pensando como un «black hat» o subsanan la vía de acceso que localizaron los ciberdelincuentes.
Kevin MitnickFoto de archivo de uno de los más famosos «hackers» de la historia de la informática moderna, el norteamericano Kevin Mitnick – Rober Solsona Kevin Mitnick (1963), nacido en Los Ángeles, comenzó sus primeros pasos sin lo que propiamente haría un hacker: sin un ordenador.
En vez de eso, empezó por empaparse del comportamiento de los empleados de determinados sectores para extraer información valiosa. A la corta edad de 13 años supo cómo engatusar a un conductor de autobús para desarrollar una réplica de los billetes para viajar gratis.
No fue hasta años después que su destreza en informática tomaría como punto de partida el pirateo a las redes telefónicas, técnica de moda en la época más conocida como «phreaking».
A principios de los años 80 fue acusado de robar manuales privados a la compañía telefónica Pacific Bell y de piratear el sistema NORAD (por sus siglas en inglés: Comando de Defensa Aeroespacial de Norteamérica).
Esta «hazaña» le llevó a convertirse en fuente de inspiración de la película Juegos de Guerra (1983). Por lo que no es de extrañar que en esa década fuera apodado por el departamento de Justicia como el «delincuente informático más buscado en la historia de Estados Unidos».
Su particular juego por intentar acceder a cualquier sistema, del que no obtenía nada más que la mera satisfacción de haberlo logrado, se convirtió en una obsesión retribuida con más de una estancia en la cárcel.
Tras hackear a entidades como Nokia, Motorola o el Pentágono, fue condenado a cinco años de cárcel. Sin embargo, nunca se refirió a sus actividades como piratería informática, si no como « ingeniería social» por lo que fue el primero en acuñar este término.
Tiempo después decidió abandonar sus malos hábitos, colgó el sombrero negro y se puso el blanco, y se pasó al lado de la ciberseguridad montando su propia empresa.
O eso era lo que parecía, porque en 2014 lanzó un portal de venta de herramientas «exploits» de software crítico poco seguras (sin parchear) a cambio de ingentes cantidades de dinero.
Lo cierto es que durante muchos años, supuestamente se le relacionó con más de un delito que no hizo por el desconocimiento de la Justicia en temas de ciberseguridad. En su autobiografía «Un fantasma en el sistema» admite más de una fechoría, a la par que desmiente otras. Al menos, según su versión.
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