“El 2023 ha sido un año de luchas, pero también de victorias y esperanza. Nada ni nadie podrá con nosotros, Venezuela volverá a triunfar”. Nicolás Maduro dio entrada a un año trascendental para la hoja de ruta que él mismo programó, su propia versión del “¡hasta el 2000 siempre!” que tanto repetía Hugo Chávez, sobre el futuro de una revolución que en febrero cumplirá 25 años.
En el espejo, la revolución cubana, que ayer cumplió 65 años en el poder sin ningún ánimo de jubilarse a pesar del fracaso repetido de sus recetas.
Victorias como la excarcelación del presunto testaferro del presidente venezolano, el magnate colombiano Alex Saab; triunfos como la suspensión de parte de las sanciones energéticas impuestas por Estados Unidos con las que despidió el año, y una certeza bolivariana: Maduro estableció que gobernará (en principio) hasta 2030, y así lo hizo saber en embajadas y cancillerías.
Una meta que sería imposible en otro país, porque solo cuenta con un apoyo popular en torno al 17%. Todo ello cuando además en frente sopla el “huracán” María Corina Machado, fenómeno político surgido durante las primarias opositoras de 2023 y que hoy lo supera en 60 puntos según las encuestas. De ahí el fraudulento proceso de inhabilitación que sufre la candidata, solo posible en la Nicaragua de Daniel Ortega o la Rusia de Vladimir Putin.
El escaso respaldo popular (confirmado con los ocho millones de votos inexistentes “sumados” en el referéndum patriótico sobre el Esequibo (territorio en disputa con Guyana) forzó a que Maduro prepare un jaque político, una jugada solo posible en el actual tablero de la geopolítica global, en el que dictaduras y regímenes iliberales juegan con las piezas blancas.
Entre 2024 para la esperanza y el 2030 de Maduro no solo están en juego seis años de la mayor deriva sufrida por un país en la historia de las Américas. También la esperanza de los venezolanos de adentro y de afuera tras la irrupción de Machado, convertida en un hito político que guarda grandes parecidos con el vivido en 1998 con el “comandante supremo”.
“Comienza el año más importante de la historia contemporánea de Venezuela. Las elecciones libres y limpias son el camino al cambio en paz, no hay otro”, exhortó ayer la líder opositora en su primer mensaje al país de 2024. “De la mano de Dios no nos para nadie”, insistió Machado, quien develó que en la “compleja negociación con el régimen” está decidida a “hacer todo” por el interés común.
“Lo que suceda con Machado va a ser el pistoletazo de salida para la política en 2024. Hay una decisión pendiente del Tribunal Supremo, cuya respuesta esperamos para las dos primeras semanas de enero. La oposición tendrá que ver si logra abrir esa ventana para la democracia, en unas elecciones que en Venezuela no son justas ni son libres”, adelantó a LA NACION el consultor político Luis Peche Arteaga.
Apertura
Hasta el momento, el fenómeno político que representa Machado se ha movido con acierto y precisión pese a las trampas constantes que tiende el oficialismo. La moderación y la apertura a todos los sectores de la oposición han consolidado su posición predominante. Cuenta además con el respaldo del pueblo opositor, que no quiere saber nada ni de partidos tradicionales ni mucho menos de falsos candidatos opositores, una de las estrategias ya usadas por el chavismo en 2018.
Todo apunta a que Maduro proseguirá su juego con sus cartas marcadas en el tira y afloja con Estados Unidos, por encima incluso del Acuerdo de Barbados con la oposición. Los presos políticos, alrededor de 260 tras las últimas excarcelaciones, serán utilizados como fichas de cambio. Pero será la crisis migratoria su principal comodín, como demuestran los 12 vuelos desde Estados Unidos cargados de ilegales venezolanos y los acuerdos de última hora con México, que también deportará a los criollos para reducir la tensión en la frontera del río Bravo.
“En el caso venezolano, la comunidad regional, y no solamente Washington, tiene la responsabilidad de presionar por elecciones libres y transparentes. A todos les interesa una resolución pacífica del conflicto, que además contribuya a disminuir las tensiones por la crisis migratoria”, advirtió a LA NACION María Puerta Riera, profesora de gobierno norteamericano en Florida.
Como el resto de las revoluciones, el chavismo exprime al máximo los aniversarios y las efemérides para gloria de su propaganda, aunque su realidad se parezca más al 1984 de George Orwell. Lo que para el Palacio de Miraflores es un año de crecimiento económico los expertos lo resumen en unas cuantas cifras: la mayor inflación del mundo (280%), un incremento del 116% en el cambio con el dólar (de 18,13 bolívares a 39,10 por billete verde), sueldos de miseria y consumo estancado.
Poco importa que la bandera de “Venezuela se arregló”, ondeada durante todo 2023 por la revolución, choque con la realidad. La apuesta de aliados como México y Colombia por el blanqueamiento del “presidente pueblo” y la normalización es evidente.
“La gran pregunta, como sucede en estos procesos de regímenes no democráticos, es qué tan propensa está la coalición del poder para permitir la democratización del país. Pareciera que el chavismo no está unido en esta idea, con un sector más decidido a firmar acuerdos o al menos hacer un parapeto alrededor de ellos (la vicepresidenta Delcy Rodríguez y su hermano Jorge, jefe negociador) y otro más inflexible (Diosdado Cabello, hombre fuerte del chavismo, y los militares) que prefiere una salida a la nicaragüense. Entre estas dos aguas se va a mover el chavismo en 2024″, constató Peche Arteaga.
La gran pregunta es si la mayoría del país democrático, con María Corina a la cabeza, y sus aliados del exterior serán capaces de responder al mate que ya prepara el presidente venezolano.
Volver a vacilar por la avenida conocida como Cota Mil, como entona Elena Rose en la emblemática “Caracas en el 2000″, depende de ello. La canción de la añoranza para casi todo un país, no solo para la diáspora de 8,5 millones de venezolanos repartida por todo el mundo.
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