La debacle de la gran siderúrgica venezolana, en manos del Estado, rima: Cero Acero. En 2019 no consiguió producir nada. Justo en agosto de ese año se atascó el último intento por salvarla: un proyecto con China para construir una máquina que fabricaría tubos especiales para la actividad petrolera.
Quedó sin culminar, a pesar de los casi 100 millones de dólares invertidos. Ahora arriesga en convertirse en un vestigio herrumbroso del sueño de convertir a Guayana en un polo de la industria pesada.
Tan elocuente fue el desplome en la producción de acero de aquel portento de las empresas básicas del sur de Venezuela, que cuando se firmó el contrato no podía tener otro título: Rescate Tecnológico de Siderúrgica Alfredo Maneiro (Sidor) y Desarrollo Aguas Abajo.
El presidente Hugo Chávez, en uno de sus lances épicos y tal vez no tan meditados, renacionalizó el complejo pionero de la industria pesada en el país, la Siderúrgica del Orinoco (Sidor), por entonces y durante una década en manos de un consorcio argentino-mexicano-brasileño. Era 2008 y Sidor venía del pico más alto de producción de su historia: El año anterior había producido 4,3 millones de toneladas de acero.
De nuevo bajo control del Estado, su desempeño se fue a pique. En 2018 produjo escasas 30.000 toneladas y en 2019 un cero redondo. Como se lee: Cero acero.
Ya en franca decadencia pero sin tocar todavía estos números rojos, en 2014, cuando la empresa producía todavía un millón de toneladas de acero, el gobierno de Nicolás Maduro firmó ese contrato “de rescate” con China, uno de sus socios más comprensivos y con el que se propuso el ambicioso proyecto de aumentar la capacidad productiva de Sidor fabricando una enorme Máquina de Colada Continua (MCC).
Una estructura capaz de recibir el acero líquido que producía la misma Sidor y convertirlo en diversos productos, en este caso tubos de acero sin costura.
En el mediano plazo, este tipo de tubos servirían para la construcción del entramado de tuberías que movilizaría el petróleo en la Faja del Orinoco (son especiales para la corriente de fluidos a altas presiones y temperaturas) y, a la postre, la máquina produciría tubos para la exportación.
La MCC le daría a Sidor un valor agregado al retomar la senda de convertirla en la manufacturadora de otros tiempos con un producto de mayor valor agregado que los planchones (láminas) y las palanquillas (barras). Ya Venezuela había contado con una fábrica de tubos de acero instalada en la zona -la antigua Tavsa, Tubos de Aceros Venezolanos Sociedad Anónima- pero fue desmantelada en 2013 y su personal había sido traspasado a Sidor.
De modo que el proyecto no podía sonar más atractivo en su enunciado: recuperar las antiguas glorias de una de las acerías más grandes de América Latina mientras se generaban entre 200 y 400 empleos directos según fuera avanzando la producción y las necesidades de personal aumentaran.
Pero faltaba llevarlo a la realidad.
Haciendo alarde de su alianza con los asiáticos a través del Fondo Binacional Venezuela-China, el Estado venezolano (con Sidor como propietario de la futura máquina y pagador del proyecto) se comprometió en el contrato-marco de rescate a desembolsar 250 millones de dólares.
Específicamente para la MCC destinaría 108,7 millones de dólares a través del Banco de Desarrollo Económico y Social (Bandes), pagaderos a la empresa china Minmetals Engineering Co Ltd., que a su vez fungiría como un gran intermediario entre SIDOR y las dos empresas que ejecutaron el proyecto: Vepica y Danieli.
La primera, venezolana, llevaría toda la obra de ingeniería y la MCC en sí misma; la segunda, un holding internacional, llevaría la obra civil.
La MCC avanzó con buen pie -alguna lentitud, eso sí- hasta agosto de 2019, cuando se paralizó su construcción con 90 por ciento del proyecto ejecutado. Falta solo un poco, el último poco, pero ahora todo apunta a que la MCC será un nuevo elefante blanco.
Una mezcla de grandilocuencia sin fondo, desidia y excesos burocráticos, con una pizca de los efectos de las sanciones internacionales, descarriló el proyecto en su penúltima fase del declive hasta llegar al registro que, de tan inédito y negativo, casi adquiere ribetes de hazaña: la producción nula de 2019.
Cero acero.
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