Enderson Sequera: El futuro de la oposición y de la transición en Venezuela

Pese al drama humanitario que atraviesa el país, los partidos opositores de Venezuela han sido incapaces de unir fuerzas en busca de la democratización. De cara a las elecciones de 2024, deben aspirar a ponerse de acuerdo sobre una sola cosa.

La oposición venezolana atraviesa su peor momento político. La principal razón de su naufragio es su adversario. Nicolás Maduro, un violador de derechos humanos documentado por la ONU y un criminal de lesa humanidad investigado por la Corte Penal Internacional, ha perseguido, torturado, exiliado y asesinado a políticos opositores; a otros los ha comprado, infiltrado y neutralizado con promesas de no ir tras ellos. Pero esta situación no justifica por completo los errores estratégicos, las luchas fratricidas y la incapacidad para unir esfuerzos en favor de la democracia; en consecuencia, el liderazgo opositor se ha ganado el descrédito ante la ciudadanía.

La principal responsabilidad del hartazgo recae en los cuatro principales partidos opositores: Primero Justicia, Voluntad Popular, Acción Democrática y Un Nuevo Tiempo. ¿Cuál es la historia de estos partidos? ¿Quiénes son sus líderes? ¿Cuáles son sus intereses? ¿Por qué, ante el drama humanitario que padece Venezuela, se muestran impotentes para remar juntos hacia la democratización? ¿Cuál es el origen de la división, desconfianza e ineficacia de la oposición venezolana en su infructuosa lucha por recuperar la democracia?

El poder en Venezuela proviene de los militares, el carisma, el petróleo y los partidos políticos. De entre estos últimos, Acción Democrática es el más importante en la historia venezolana. Acción Democrática moldeó la forma de hacer política y condujo a Venezuela a vivir, en palabras del historiador Manuel Caballero, los únicos 40 años de nuestra historia en los que no estuvimos “sacándonos las tripas”. Ideológicamente, se ubica en la socialdemocracia y pertenece a la Internacional Socialista. En los años 80, ser venezolano y ser adeco era un sinónimo, pero el idilio llegó a su fin. En los 90, la negativa del partido a renovarse hizo colapsar la democracia en Venezuela. Acción Democrática y su principal rival, el partido socialcristiano Copei, eran señalados como los culpables de todos los males, asociados con la corrupción. En esta década decir que militabas en uno de estos partidos era como admitir que eras del Ku Klux Klan. Sobre esta ola de descontento, Hugo Chávez, un militar golpista y populista, llegó al poder en 1998. Los cuarenta años de democracia civil, inaugurados en 1958, llegaron a su fin.

Copei perdería su importancia en la política venezolana. En cuanto a Acción Democrática, siguieron décadas de lenta reconstrucción. En 2016 pareció volver a viejas glorias cuando asumió, en voz de su secretario general, Henry Ramos Allup, la presidencia del parlamento venezolano. Hoy, el partido no es ni la sombra de lo que fue durante la democracia civil y luce como la cara más nostálgica de la oposición.

Un Nuevo Tiempo surgió de una de las tantas divisiones de Acción Democrática. Su líder fundamental, Manuel Rosales, era un clásico dirigente político proveniente de las filas de la vieja tolda política. Rosales tomó el exitoso eslogan de su campaña a la gobernación del Zulia, “un nuevo tiempo”, y lo convirtió en el nombre de un partido fundado para gobernar al estado de Zulia. Un Nuevo Tiempo se identificaría, al igual que Acción Democrática, con la socialdemocracia, y lograría una membresía en la Internacional Socialista. En 2006, Rosales fue el candidato presidencial de la oposición que enfrentó a Hugo Chávez. Pese a su derrota, su partido se convertiría entre los años 2006 y 2009 en el más importante de la oposición. Un Nuevo Tiempo perdió ese lugar ante el posterior ascenso de Primero Justicia y ante la persistencia de su falla de origen: no ha logrado tener influencia nacional y solo es un partido dominante en el estado de Zulia.

Si Un Nuevo Tiempo es una versión de Acción Democrática, Primero Justicia es una versión de Copei. Primero Justicia nace como una asociación civil para promover la llamada “Justicia de Paz”, luego de los golpes de Estado del año 1992. Ya como partido se describió “centrohumanista”, una indefinición ideológica orientada a captar más votantes; posteriormente, se afilió a la Internacional Centro Demócrata, antes Demócrata Cristiana. El clímax político de Primero Justicia llegó entre los años 2012 y 2015. Empezó con las dos candidaturas presidenciales de Henrique Capriles Radonsky, quien en 2012 compitió contra Hugo Chávez y en 2013 contra Nicolás Maduro. Posteriormente, esta organización obtuvo el mayor número de diputados en la coalición que logró la gran victoria de las elecciones parlamentarias de 2015. En el presente, luego de liderar la iniciativa de la eliminación del gobierno encargado de Juan Guaidó, Primero Justicia ha relanzado su aspiración a que uno de los suyos dirija la oposición y ha revivido un tema latente en la política venezolana: la eterna pelea entre Henrique Capriles y Leopoldo López, entre Primero Justicia y Voluntad Popular.

Leopoldo López inició su carrera política como uno de los fundadores de Primero Justicia, pero por diferencias personales dejó la organización. Tras abandonar el partido, fue reclutado por Rosales y pasó a formar parte de Un Nuevo Tiempo. Al empezar a hacerle sombra al líder zuliano, le mostraron la puerta de salida. Después de estas dos aventuras, López decidió crear su propio partido. Voluntad Popular nace como una nueva forma de hacer política que buscaba superar el clásico modelo de organización jerárquico de los partidos tradicionales venezolanos, que, según López, estaban copiando los partidos emergentes. Pese a la insistencia del chavismo de encasillar a Voluntad Popular como representante de “la derecha venezolana”, la organización se identifica con la socialdemocracia, tiene tendencias progresistas y forma parte de la Internacional Socialista.

En 2013, López, María Corina Machado (Vente Venezuela) y Antonio Ledezma (Alianza Bravo Pueblo) plantearon que Capriles Radonsky pudo haber hecho más para defender el triunfo que supuestamente le había arrebatado Nicolás Maduro. En ese momento, se produjo un desencuentro estratégico que ha persistido por años: López y su partido abogaron por la confrontación; Capriles y el suyo por la moderación. López sostenía que el chavismo era ya una dictadura, Capriles que solo se trataba de un mal gobierno.

A principios de 2014, López, junto a Machado y Ledezma, convocaría La Salida, un movimiento de asambleas ciudadanas que, luego de masivas protestas estudiantiles brutalmente reprimidas por el chavismo, terminó con la entrega de López a la policía política. Aún continúa el debate sobre el éxito o fracaso del movimiento, pero hay dos consecuencias innegables. Primero, López se convirtió en el preso político más importante del país y, por varios años, fue el rostro de la lucha política. Segundo, a partir de este momento el talante autoritario de Maduro empezó a ser cada vez más evidente. El cénit político del partido de López, Voluntad Popular, llegó en 2019: Juan Guaidó asumió, como presidente de la Asamblea Nacional, el cargo de presidente encargado de Venezuela. Fue la respuesta opositora al vacío de poder generado con la elección presidencial de Nicolas Maduro en 2018, la cual no cumplió con los mínimos estándares de integridad electoral.

Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo, Voluntad Popular y Primero Justicia han dirigido los destinos de la oposición venezolana hasta la más reciente fractura, a finales de 2022, a raíz de la decisión tomada respecto al gobierno encargado de Juan Guaidó. La eliminación de esta instancia ha sido la manzana de la discordia definitiva, la razón por la que el G4 (el grupo conformado por Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo, Voluntad Popular y Primero Justicia) se convirtió en el G3 (Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo y Primero Justicia). En los últimos días de 2022, el país presenció una vergonzosa guerra de acusaciones cruzadas entre los partidos. La batalla terminó cuando Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo y Primero Justicia consiguieron una mayoría de más de 70 votos, suficiente para eliminar al gobierno encargado. El G3 argumentó que se trataba de un ajuste en la estrategia; Voluntad Popular lo llamó traición. Mientras, en el pueblo venezolano se profundizó la sensación de rechazo, hartazgo y desconfianza hacia el liderazgo.

Ante el descalabro del liderazgo tradicional, María Corina Machado, fundadora de Vente Venezuela, un minúsculo partido liberal, se posiciona como una alternativa. Machado ha estado activamente en política desde 2004 cuando, al frente de la organización Súmate, dirigió gran parte del esfuerzo para activar el referéndum revocatorio contra Hugo Chávez. Su éxito pasa por convencer al país de que es un liderazgo no tradicional; por vender, sobre las cenizas del antiguo G4, la idea, ya reflejada en su propaganda electoral, de que ella es la única opción.

¿Cómo razonar en una lucha de egos e intereses particulares? ¿Cómo recuperar la confianza del país y despertar la expectativa de cambio de la nación? Ante la profundidad de la división, pretender la unidad es una quimera. Lo realista es aspirar a que la oposición se ponga de acuerdo sobre una sola cosa. No un programa, un discurso o una estrategia, sino sobre el único mecanismo que podría ofrecer una salida institucional en medio de las diferencias: la elección primaria.

Ya hay una comisión instalada con miembros de probada integridad y competencia. No obstante, sectores dentro de la oposición, envalentonados por la reciente mayoría que acumularon para eliminar al gobierno encargado, presionan para eliminar la primaria e imponer a un candidato por consenso. Hay que decirlo con toda claridad: si la oposición presenta un candidato por consenso, la derrota en las elecciones presidenciales de 2024 está asegurada. Si, por el contrario, elige un candidato en primarias que encarne el espíritu de los tiempos y el legítimo deseo de cambio de los venezolanos, quizás haya una oportunidad. La primaria es un elemento legitimador. Un liderazgo que ha perdido la credibilidad necesita de la legitimidad que solo puede otorgar el respaldo popular de la ciudadanía. Si, por ejemplo, Henrique Capriles o Manuel Rosales son impuestos como candidatos por consenso, esto profundizará la percepción ciudadana de las decisiones más importantes las imponen “los cogollos” de los partidos y abrirá las puertas a que otros candidatos, como Guaidó o Machado, se postulen por su cuenta, lo que dividirá el voto opositor.

La primaria no es solo un mecanismo para elegir un candidato, es, sobre todas las cosas, una herramienta para legitimar una propuesta de cambio y mejorar la coordinación estratégica de la oposición. No es una panacea, pero, considerando las limitadas opciones con que cuenta el pueblo venezolano para su liberación, es la única alternativa que puede movilizar masivamente al país y despertar la expectativa de cambio.

El historiador Germán Carrera-Damas afirmó que la dinámica de la historia venezolana se desenvuelve entre el clivaje “continuidad o ruptura”. Se trata entonces de que la decisión entre la continuidad o la ruptura de cara a las elecciones presidenciales no esté en manos de una élite de “nulidades engreídas y reputaciones consagradas” –palabras del escritor Manuel Vicente Romero García refiriéndose a sus propios contemporáneos–, sino en manos del pueblo venezolano. La primaria ofrecería a la ciudadanía la oportunidad de escoger entre la continuidad de la actual dirigencia política o apostar por una ruptura que cristalice en un liderazgo alternativo. Si apostamos por la continuidad, el resultado serán décadas de chavismo en el poder; si nos decantamos por la ruptura, hay una posibilidad para redemocratizar a Venezuela desde la revitalización del entusiasmo colectivo, la renovación de la esperanza y la expectativa de cambio. ~

notiveraz

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