Estados Unidos tiene un objetivo claro en Venezuela: el cambio de régimen y la restauración de la democracia y el estado de derecho. Sin embargo, las sanciones, el aislamiento diplomático internacional y la presión interna no han logrado avances.
Las mentes se están volviendo hacia la intervención militar. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha dicho que “todas las opciones están sobre la mesa”. ¿Y si lo dice en serio?
Hay dos formas plausibles en que Estados Unidos podría usar la fuerza en Venezuela: una campaña de bombardeo de precisión y una invasión a gran escala. Cualquiera de los dos cursos tendría que ser seguido por esfuerzos para estabilizar el país y establecer un gobierno civil.
Eso podría llevar años, dado el tamaño del país y su fuerza militar. Venezuela tiene una población de 33 millones de habitantes distribuidos en un territorio dos veces más grande que Irak. Su ejército tiene 160.000 efectivos y los paramilitares, los colectivos (grupos armados de izquierda que apoyan a Maduro) y las bandas criminales tienen en conjunto más de 100.000 miembros.
Incluso si una intervención militar comenzara bien, las fuerzas estadounidenses probablemente se encontrarían empantanadas en el desordenado trabajo de mantener la paz y reconstruir las instituciones en los años venideros.
MUERTE DESDE ARRIBA
Para que los ataques de precisión funcionen, tendrían que destruir la infraestructura militar, de seguridad y económica del régimen de Maduro. El objetivo sería eliminar la capacidad del régimen para reprimir al pueblo venezolano y convencer a los militares de que abandonen el gobierno.
Los ataques de precisión son a menudo presentados como una alternativa rápida, barata, segura y efectiva a una intervención militar más amplia. Pero dos operaciones de ataques de precisión estadounidenses-en Libia, en 2011, y en Yugoslavia, en 1999, subrayan su naturaleza impredecible y su limitada capacidad para moldear los resultados políticos.
En Libia, donde los ataques duraron siete meses, la intervención logró su estrecho objetivo -el colapso del régimen de Muammar al-Qaddafi- pero dejó al país en el caos.
La campaña de bombardeo de tres meses en Yugoslavia tuvo más éxito: degradó la capacidad del ejército yugoslavo para reprimir a la población y ayudó a establecer un marco político supervisado por la ONU, aunque ese era un objetivo más limitado que el cambio de régimen.
Una intervención militar de precisión en Venezuela requeriría operaciones en el aire, en el mar y en el ciberespacio. La Marina de Estados Unidos tendría que estacionar un portaaviones frente a la costa de Venezuela para imponer una zona de exclusión aérea y atacar objetivos militares e infraestructura crucial.
La marina también necesitaría desplegar un grupo de acorazados y, tal vez, submarinos que pudieran lanzar un flujo constante de misiles Tomahawk a objetivos militares, tales como bases aéreas, instalaciones de defensa aérea y centros de comunicaciones, comando y control.
Estados Unidos necesitaría desplegar también otros activos, como aviones tácticos de ataque (que tienen mayor precisión) y aviones teledirigidos, desplegados ya sea desde un portaaviones o desde una nación asociada, para ayudar a destruir la infraestructura.
Finalmente, las fuerzas estadounidenses probablemente usarían armas cibernéticas para manipular, degradar y destruir las defensas de Venezuela.
En el mejor de los casos, el ejército venezolano desertaría al ver el primer misil Tomahawk, decidiendo apoyar a un nuevo gobierno para evitar una escalada.
Los militares venezolanos, sin embargo, pueden no tener los medios profesionales, después de décadas de degradación por parte del régimen chavista, para mantener el orden mientras un gobierno interino asume el poder, desarmando a los grupos de delincuentes que seguirían apoyando a Maduro.
En el peor de los casos, una operación de ataque de precisión duraría meses, matando posiblemente a miles de civiles, destruyendo gran parte de lo que queda de la economía de Venezuela y acabando con las fuerzas de seguridad del Estado.
El resultado sería la anarquía. Las milicias y otros grupos criminales armados vagarían por las calles de las principales ciudades sin control, causando estragos. Es probable que más de ocho millones de venezolanos huyan.
El caos probablemente llevaría a Estados Unidos a enviar tropas terrestres para desalojar finalmente al régimen y sus fuerzas de seguridad o para proporcionar seguridad una vez que la dictadura se hubiera derrumbado.
Tal escenario no es improbable. De hecho, el resultado más probable de una campaña de ataques aéreos es que las fuerzas armadas venezolanas se desintegren.
Estados Unidos, tal vez con socios internacionales, no tendría entonces otra opción que enviar tropas para neutralizar a los grupos armados irregulares de Venezuela y restaurar el orden mientras se establece un nuevo gobierno y un nuevo aparato de seguridad.
Cuánto tiempo duraría una ocupación de mantenimiento de la paz de este tipo es difícil de decir, pero la dificultad del proyecto y la complejidad de la geografía del país sugieren que las tropas se quedarían en Venezuela durante mucho más tiempo que los pocos meses para los que podrían ser enviadas inicialmente.
La Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití, por ejemplo, duró 13 años en un país mucho más pequeño.
INVASIÓN TERRESTRE
En lugar de lanzar ataques de precisión y ser absorbidos por una guerra terrestre más tarde, Estados Unidos podría optar por ir con todo desde el principio. Eso significaría una intervención importante, incluyendo tanto ataques aéreos como el despliegue de por lo menos 150.000 tropas terrestres para asegurar o destruir aeródromos, puertos, campos petroleros, centrales eléctricas, centros de comando y control, infraestructura de comunicaciones y otras instalaciones gubernamentales importantes, incluyendo la residencia del presidente, el Palacio de Miraflores.
El ejército invasor se enfrentaría a 160.000 tropas regulares venezolanas y a más de 100.000 paramilitares.
Las más recientes intervenciones militares a gran escala dirigidas por Estados Unidos, en Afganistán en 2001 y en Irak en 2003, requirieron que las tropas estadounidenses permanecieran después de la invasión inicial durante casi 20 años.
Para 2017, las dos intervenciones habían involucrado a más de dos millones de personal militar estadounidense y costaron más de 1,8 billones de dólares. Más de 7.000 miembros del servicio estadounidense han muerto en Afganistán e Irak.
Los costos de una intervención en Venezuela, que no tiene el tipo de divisiones sectarias que asolan a Afganistán e Irak, probablemente no se acercarían a esas cifras, pero sí serían significativos.
El último país latinoamericano que invadió Estados Unidos fue Panamá, en 1989. Más de 27.000 militares estadounidenses y más de 300 aviones sobrepasaron rápidamente una fuerza de defensa panameña de menos de 20.000 efectivos.
Aunque la invasión duró sólo unos 42 días, las operaciones militares estadounidenses en Panamá continuaron durante otros cuatro años y medio. Una invasión a Venezuela requeriría muchas más tropas y duraría mucho más tiempo.
En el mejor de los casos, el ejército venezolano se retiraría rápidamente y Maduro y su círculo íntimo huirían sin luchar. Los colectivos, las milicias civiles y otros paramilitares se mantendrían al margen.
Las fuerzas de seguridad cubanas y rusas abandonarían sus puestos y el pueblo venezolano recibiría a las fuerzas extranjeras con los brazos abiertos. Después del colapso del régimen, Estados Unidos retiraría la mayoría de sus tropas, excepto un número limitado que se quedaría para apoyar a las fuerzas de seguridad venezolanas que trabajan para restaurar el orden.
Sin embargo, es probable que las cosas no fueran tan fáciles. En el peor de los casos, las fuerzas estadounidenses derrotarían rápidamente a los militares venezolanos pero luego se encontrarían empantanadas en una guerra de guerrillas con antiguos miembros de las fuerzas armadas venezolanas, grupos paramilitares, insurgentes colombianos, colectivos y algunos miembros de la milicia civil, todos ellos ayudados por Cuba y Rusia. Bajo esas condiciones, los militares estadounidenses tendrían que permanecer en Venezuela durante años hasta que un nuevo gobierno pudiera mantener el orden.
El escenario más probable se encuentra en algún lugar entre los dos extremos. Después de una invasión estadounidense, los militares venezolanos probablemente se rendirían rápidamente, el régimen colapsaría y la mayoría del personal cubano y ruso se retiraría. Pero la presencia estadounidense empujaría a los desertores militares, grupos paramilitares y milicias a la clandestinidad. Estados Unidos tendría que liderar la reconstrucción de las fuerzas de seguridad de Venezuela y mantener tropas en el país durante años.
No existe una acción militar sin riesgos. Pero en este caso, los costos sociales, económicos y de seguridad de intervenir superan con creces los beneficios. Ya sea que Estados Unidos lanzara ataques aéreos limitados o una invasión terrestre completa, es casi seguro que se vería arrastrado a una larga y difícil campaña para estabilizar a Venezuela una vez que la lucha inicial haya terminado.
Tal compromiso costaría vidas y dinero a los estadounidenses y dañaría la posición de Estados Unidos en América Latina. Una ocupación prolongada reavivaría el antiamericanismo en la región, particularmente si los soldados estadounidenses cometieran abusos reales o percibidos, y también dañaría las relaciones de Estados Unidos con países fuera de la región.
Finalmente, es poco probable que un público estadounidense cansado de la guerra respalde otra campaña militar extendida.
NotiVeraz