El crecimiento del consumo de cocaína en Suramérica es mayor que en cualquier otra región del mundo y está generando una bonanza para los grupos del crimen organizado, los cuales están llevando a cabo más cooperación fronteriza con el fin de aprovechar la creciente demanda local de la droga.
El número de consumidores de cocaína en Suramérica prácticamente se duplicó en el período 2009-2014, pasando de 2,7 millones de personas a unos 4,5 millones, según datos del más reciente Informe Mundial sobre las Drogas (World Drug Report) de la Oficina de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (UNODC por sus iniciales en inglés). Esto ubica a la región por delante de Europa, donde el consumo disminuyó ligeramente.
El apetito por la cocaína en los países suramericanos compite actualmente con el de Estados Unidos, que disminuyó en ese mismo período de cinco años a unos 5 millones de consumidores.
Desde 1998, la cantidad total de cocaína incautada en Suramérica ha pasado a ser de más del doble, alcanzando las 392 toneladas en 2014.
El creciente deseo por la cocaína y sus derivados en los países suramericanos ha creado nuevas oportunidades para las organizaciones criminales de la región —oportunidades que éstas aprovechan gustosamente—.
El nuevo auge de los mercados nacionales ofrece ganancias adicionales y diferentes a las ofrecidas por el comercio de drogas ilícitas en Norteamérica, Europa y Asia, sin los dolores de cabeza de la logística ni los costos del transporte internacional.
Dado que Suramérica es la única región productora de cocaína en el mundo, resulta lógico aprovechar la creciente demanda local.
La investigación de campo de InSight Crime, sumada a otras evidencias, indica que en la región ha aumentado la coordinación transnacional entre las organizaciones criminales.
Los clanes de la droga bolivianos, por ejemplo, producen base de coca a partir de la coca que es cultivada allí y traída de Perú a través de vuelos clandestinos, formando un puente aéreo entre los dos países.
Parte de esta droga se les vende a las organizaciones criminales brasileñas —Primer Comando Capital (PCC) y Comando Rojo (Comando Vermelho) son supuestamente los grupos criminales brasileños más poderosos que trabajan en Bolivia—.
Ese producto alimenta el mercado brasileño del “basuco” —un tipo de droga similar al crack, altamente adictivo, que es más barato que la cocaína, pero de efectos más cortos, por lo que los consumidores requieren consumir cada vez más—. Brasil es actualmente el mayor mercado de consumidores de cocaína y sus derivados en Suramérica, y es el segundo más grande del mundo sólo después de Estados Unidos.
Los bolivianos también les venden su pasta de coca a las organizaciones criminales colombianas. Los Rastrojos y Los Urabeños operan redes allí y se están enfocando más en los mercados regionales de la cocaína, dado que los grupos criminales mexicanos dominan actualmente el comercio de cocaína con Estados Unidos, del que antes se lucraban los colombianos.
A pesar de que los mexicanos tienen que comprar la droga de los países productores de coca ubicados al sur, son sus organizaciones las que obtienen la mayor parte de las ganancias por cada kilo de cocaína, por administrar el transporte a Estados Unidos y gran parte de la distribución dentro de ese país.
Los grupos criminales colombianos han reaccionado produciendo cocaína de alta pureza en Bolivia y llevando cargamentos a Brasil, Chile y Argentina. Una parte de esa producción es absorbida por consumidores locales, y el resto es transportada y distribuida en los mercados europeos y asiáticos. Los costos logísticos de la exportación son cubiertos, al menos parcialmente, por los ingresos provenientes de las ventas en Suramérica.
La reciente cooperación entre las autoridades de diferentes países también refleja la naturaleza cada vez más transnacional del crimen organizado en la región.
En el mes de junio, las autoridades brasileñas y bolivianas desmantelaron una red de traficantes mediante una operación conjunta, denominada operación Quijarro, que lleva el nombre de la ciudad puerto boliviana en la frontera con el estado brasileño de Mato Grosso do Sul. Y las autoridades de Bolivia, Perú y Brasil firmaron un acuerdo a finales de junio para crear un centro trilateral de inteligencia policial antidrogas, que se enfocará en el tráfico de drogas al interior de cada uno de los tres países y entre estos mismos.
Los ejércitos de Brasil y Colombia han iniciado planes de intercambio de información en los que, según las autoridades, les gustaría incluir a Bolivia, dada la creciente importancia del país como un centro de drogas.
El aumento de la actividad de los narcotraficantes en países como Bolivia se debe también al fenómeno conocido como “efecto cucaracha”, causado por las fuertes medidas contra el tráfico y el cultivo en países como Colombia y Perú. El nombre de este fenómeno proviene de lo que sucede cuando se enciende la luz en un cuarto infestado de cucarachas: los bichos huyen apresuradamente al cuarto siguiente.
El próspero mercado de la cocaína suramericana ilustra la tendencia de las redes criminales organizadas más exitosas para dar el salto a actividades transnacionales tarde o temprano. Brasil no es sólo el principal mercado nacional de cocaína en la región, sino además un importante punto de partida para la cocaína dirigida a África, Asia y Europa —seguido por Colombia, Perú y Argentina—.
Las organizaciones de la región están trabajando conjuntamente para cosechar las ganancias generadas por el suministro de drogas ilícitas dentro de sus respectivos países y en el extranjero.
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